“Me acuerdo que estaba boca abajo y me decía a mí mismo: tranquilizate, vas a estar bien… Entonces empecé a contar los latidos de mi corazón, a seguirme el compás: tic, tac, tic, tac… Hasta que en un momento empezó a disminuír cada vez más, cada vez más, y ya sentía tic… tac… tic… cada vez más espaciado. Hasta que en una hizo tic… y no hizo más nada. En ese momento me di cuenta de que se me paralizó todo el cuerpo, y empecé a sentir un griterío ahí dentro de terapia. Fue tremendo. Y no te puedo decir si fueron diez segundos o dos horas, porque no sé, perdés la noción de todo, pero yo me di cuenta de que se me paró el corazón. Sí. Y ese fue el momento en que me morí”.
Ahora el living de la casa de Norberto Di Natale está oscuro. Su mujer, María Teresa, nos ofrece un café, que rechazamos para estar el menor tiempo posible en la casa, por protocolo. Ella también tuvo COVID, se contagió de su marido, pero a diferencia de él no tuvo complicaciones. La ciudad de Pergamino, a estas horas, es silenciosa. Pasan pocos autos por su cuadra. Nadie en el barrio vivió lo que vivieron ellos, no con el mismo dramatismo ni con el mismo final milagroso.
Norberto no sabe dónde se contagió. Sí sabe que fue el primer paciente de Pergamino que sobrevivió a una intubación. Antes que él, todos los pacientes intubados fallecieron. Él dice haber muerto también, pero revivió. Los médicos también lo daban por caso perdido, y lo encomendaban a cadenas de oración. Sus amigos incluso hicieron rituales de despedida. Y él sintió la luz al final del túnel, el cambio de peso repentino, pero al final no murió y se convirtió, para quienes lo conocen, en “el muerto que habla”.
“Me llamo Norberto Di Natale y tengo 64 años. Tuve la mala suerte de sufrir el COVID el año pasado, cuando empecé con un problemita y me internaron. Fue el 2 de octubre. Primero me internaron una semana, me dieron el alta y me mandaron a mi casa. A los dos días me agarró fiebre, y ahí se desarrolló todo el problema. Tuve que volver al hospital”, cuenta.
“Me internaron un día jueves, con fiebre. El viernes esperábamos el plasma. Ese día la pasé muy mal, sentía que estaba realmente muy grave. Llegó el plasma a las nueve de la noche. En la habitación había un biombo y a un metro mío había otra señora internada. Nos conectaron al plasma a la misma hora. A las 3 o 4 de la mañana, yo estaba entredormido y medicado, sentí un ruido, pero no me di cuenta qué era. A la mañana temprano me desperté y me enteré de que la señora de al lado mío había fallecido”, relata.
La internación fue en la Clínica Pergamino, una institución privada que recibió una gran parte de los pacientes COVID de la ciudad. Ese octubre fue el peor mes, y Pergamino sufrió más de 30 muertes (número superado en abril de este año, en plena segunda ola). Pero mientras muchos fallecían, Norberto la peleaba.
“El día siguiente a la muerte de la señora me volvieron a colocar el plasma. Al rato internaron a otra mujer más, un poquito mayor que la anterior. Otra vez nos ponen el plasma a los dos juntos. Otra vez, a las cuatro de la mañana esa señora fallece. Realmente fue una experiencia muy amarga, muy difícil. ¿Qué vas a pensar estando en esa habitación? Muere una persona el viernes, muerte otra el sábado, no hay dos sin tres: ahora me toca a mí, pensaba”.
Dos días después, a Norberto le llegó lo peor. Sufría neumonía bilateral a causa del COVID y los pulmones ya no estaban en condiciones de trabajar solos. Decidieron intubarlo y conectarlo al respirador. Hasta ese momento, ningún paciente en la ciudad había sobrevivido al proceso. Desde entonces, Norberto perdió el conocimiento.
“No puedo decir que estar intubado fue difícil porque yo estaba dormido, pero habrá sido difícil para mi familia. Los médicos de la Clínica Pergamino han hecho todo lo posible, no solo conmigo, con todo el mundo. Tiempo después me dijeron que un día los hice asustar de verdad, que pensaron que me moría”, cuenta ahora, con su mujer al lado.
“Un día de los once que estuve intubado llamaron a la familia diciéndole que me habían bajado la cantidad de medicamento porque había una buena evolución, que aparentemente yo estaba queriendo arrancar a respirar con mis pulmones. Pero al día siguiente llamaron a mi hijo, que es médico, y le dijeron que lamentablemente había empeorado la situación y que lo único que quedaba era rezar, que ya no había más nada para hacer, se había hecho todo lo que estaba al alcance”, dice. Tiene la voz ronca, como si aún estuviera recuperando el aire que perdió. Se lo ve fuerte, pero cuenta que perdió 20 kilos con la internación y que le costó volver a ponerse de pie y caminar. De a poco, va recuperando el ritmo deportista que tenía antes, pero su vida no es la misma después de todo lo que pasó.
-¿Qué decían los amigos mientras estaba internado?
-En el grupo con el que yo salgo a hacer bicicleta a mí me dicen el Gringo. En ese grupo hay un médico. Y llegó un momento en que los reunió a todos y les dijo: “Lamentablemente el gringo se nos va… no hay manera de que revierta la situación”. Todo indicaba que me moría, que no quedaba otra.
-¿Cuánto tiempo estuvo internado?
-En la clínica cómo treinta y pico de días, porque una vez que me sacaron el tubo me mandaron a una sala intermedia. Recién ahí me enteré de que había estado intubado en coma, porque no me di cuenta de nada. Y después de eso me dieron internación domicialiaria. Acá en casa estuve dos meses y medio más, en la cama, sin moverme. O sea que en total estuve como cuatro meses internado.
-¿Qué cosas recuerda haber sentido en la internación?
-Mirá, un viernes fue el peor día para mí. Yo trataba de hablarme a mí mismo porque no tenés a quién hablarle, estás en una habitación cerrada. Solo hay una luz muy tenue, siempre es de día, como amaneciendo. La cabeza se te vuela. Y ese día me acuerdo que estaba boca abajo y me decía: tranquilizate, vas a estar bien… y de golpe me empecé a contar los latidos del corazón, a seguirme el compás: tic, tac, tic, tac… hasta que en un momento empezó a disminuír cada vez más, cada vez más, y ya sentía tic… tac… tic… cada vez más espaciado. Hasta que una hizo tic… y no hizo más nada. En ese momento me di cuenta de que se me paralizó todo el cuerpo, y empecé a sentir un griterío ahí dentro de terapia. Yo estaba convencido de que mi familia estaba afuera, pero no se podía, después me enteré de eso. Y fue tremendo. Yo realmente no te puedo decir si fueron diez segundos o dos horas, porque no sé, perdés la noción de todo. Yo solo sentí que se me paró el corazón.
-¿Tiene ese recuerdo preciso?
-Sí, muy. Y yo he escuchado muchas veces a gente decir que hay un túnel con una luz al final… Yo vi exactamente lo mismo. Lo que tantas veces escuché por televisión… vi exactamente lo mismo. Es una cosa que no se puede creer pero que es así. Y no es que lo pensás o imaginás, pasa. Y es muy duro.
-¿Será por eso que sus amigos lo llaman el muerto que habla?
-Sí, después de haber pasado tanto me dicen así. Y hoy estoy haciendo un poco de bicicleta, un poco de gimnasia, estoy volviendo a estar fuerte. Perdí 20 kilos… Y como ya pasó el peligro me cargan con eso de “el muerto que habla”, pero con alegría. Realmente la pasamos mal todos: desde el cuerpo médico, la familia, los amigos y los que no son amigos.
-¿Su familia se contagió también?
-Sí, yo creo que se contagiaron de mí. Yo estaba internado y un domingo hablé con mi esposa y me dijo que estaba con dolores de cuerpo, de cabeza… Después me enteré de que también había contagiado a mi hijo, a mi nuera, y a mis dos nietitos. Pero por suerte la pasaron liviana todos.
-¿Cuando empezó la pandemia qué pensaba?
-Yo siempre tuve miedo de contagiarme. Tan es así que desde marzo del 2020 yo tomé todos los recaudos en el taller mecánico que tengo. Corté el mate, me puse barbijo siempre, distanciamiento. Tomé todos los recaudos y solo iba de mi casa al trabajo, del trabajo a mi casa. A ningún lado más. Y fui el primero que se contagió de la familia, y el que peor la sacó.
-¿Cuando estaba internado, pensaba en la muerte?
-Sí, en un momento pensaba muchas cosas. Con la experiencia que pasé ahí adentro me doy cuenta de que muchas cosas no las tenía en cuenta antes, no les daba el valor que tienen. Uno corre atrás de comprar algo, tener algo… y se vive tan equivocado. Pensaba también que tengo nietos chiquitos y adolescentes… pensaba en la familia. Y en un solo momento sentí miedo de que me iba a morir, un solo día. Después, a mi manera, rezaba, le pedía a Dios, a la virgen… pero hubo un día en que pensé que no la iba a poder pasar.
-¿Cómo lleva ese miedo hoy, en plena segunda ola y habiéndose recuperado hace tan poco?
-Yo quedé con mucho miedo de contagiarme otra vez. Me cuido mucho. Estoy todo el día con el barbijo puesto, trato de no acercarme a la gente… Y estoy rezando por que me llegue la vacuna, porque todavía no me vacunaron. Espero ese momento para estar un poco más tranquilo.
-Y hoy que tiene la oportunidad de contarlo y de hablar, ¿hay algo más que quiera decir?
-Quiero agradecer mucho a la clínica, porque lo que han hecho y lo que hacen es inhumano. No solamente conmigo. Por las personas que fallecieron al lado mío también han hecho de todo. Mi agradecimiento por ellos es enorme, otra cosa no puedo decir. Gracias a todos esos que pelean contra esto, que pelean por nosotros.
Fuente: Infobae
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