Martha Orlandi fue pasional en todo lo que hizo y de una inteligencia privilegiada que la incorporó al mundo docente desde distintas áreas, hasta llegar a la Secretaria del ex Colegio Nacional al que concurrió durante más de la mitad de su vida mañana a mañana, caminando y dando el buen día cariñoso a los perros de su barrio que felices acompasaba sus pasos hasta los límites exactos de la ribera “arroyense”. Primero como preceptora y después como secretaria.
Elegía los cursos iniciales del secundario y en las horas libras les ensañaba matemáticas o la materia en la que tuvieran problemas en esa suerte de adaptación que significa el primer año del secundario. Y me animo a decir que era tan buena docente que muchas veces explicaba mejor que el mismísimo titular de la cátedra. Tenía algo que señalaba el camino de su palabra y la tiza en el pizarrón; algo que se lleva en la esencia misma de la persona: amor y lo traducía en la enseñanza
En las horas en que no andaba por allí, cumplía su segundo turno con los chicos de la Escuela Nº 502 que la esperaban con sonrisas y abrazos, mientras ella les hablaba en la entrada del establecimiento y caminaba hacia las aulas acompañada por esos alumnos
Así era Martha, amor y paz como testimonio de su presencia
Después, nuevamente a su casa atravesando la ribera del arroyo y visitando a sus perros que esperaban pacientemente… al rato, ella llegaba con la comida del día para sus amados animalitos; perritos de la calle que ella había bautizado y le respondían tan solo al llamarlos por su nombre. Y no toda la comida era la misma igual; algunos se veían recompensados con los gustos que Martha había detectado que ellos apreciaban
Después, a su casa a descansar y esperar el nuevo día que, para ella, siempre era amanecer y desayunar con su hermana, antes de volver al camino cotidiano
Fue una trabajadora incansable preparada hasta para asistir en las cuestiones más difíciles que tenían que ver con los cambios no habituales en periodos escolares; compañera de una generosidad sin límites. Cuando una de sus compañeras tenía un problema ella se enteraba y aparecía por los pasillos del colegio con su paso cansino y enérgico para decirle en voz baja las palabras que presentía ayudarían a resolver en algo, el problema que aquejaba; muchas veces a costa de su propio animo
Martha fue un ser único e insustituible, plena de saber, generosidad, amor y solidaridad. Amor por la gente y por esos amigos de cuatro patas que tanto cuidaba; y no se detuvo ante ninguna amenaza cuando asesinaron a su adorado Mondongo, inaugurando en su memoria el único monolito a un perro en su amado barrio Centenario.
Nadie escapó a la dicha de quererla, ni sus compañeros de trabajo ni sus vecinos que destacan lo buena vecina que era
Marthita querida, sé que los perritos te van a extrañar mucho cuando ya no te vean llegar y en tu recuerdo debería alguien hacerse cargo de ellos, aunque sea haciendo el mismo camino que vos hacías toda las tardes para darles de comer.
Marthita querida, sé que en mis oídos va a estar siempre tu voz prudente y pausada ayudándome a pasar un mejor día cuando veías en mi cara el desolar de la tristeza.
Gracias por todo, gracias por haber estado, aunque la vida sea tan efímera que tengamos que empezar a extrañar y llorar, claro que sí, llorarte como corresponde y como lo sentimos, que bien valen las lágrimas en la partida de alguien que siempre dio todo por el otro y en ese otro encontró lo suficiente para ella
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