El avión se dirigía de Buenos Aires a Chubut, y entre los pasajeros se encontraban nueve bailarines pertenecientes al Ballet Estable del Teatro Colón, que debían presentarse en el Teatro Español de Trelew para realizar un espectáculo a beneficio.
Se dice que el piloto notó fallas técnicas apenas despegó y, en su intento por volver a la pista, la aeronave se estrelló sobre el Río de la Plata. No hubo sobrevivientes. Esa fecha, el 10 de octubre de 1971, sería elegida para que todos los años celebremos en la Argentina el Día Nacional de la Danza.
Entre el destacado cuerpo de baile de aquella época, Norma Fontenla y José Neglia eran las figuras más populares, y quienes atraían, función tras función, a un público cada vez más fiel a sus presentaciones. Por este motivo, al cumplirse un año del accidente, en 1972, se inauguró un monumento en la Plaza Lavalle, de la Ciudad de Buenos Aires, en honor a la pareja de bailarines, con una placa que reza:
Por aquí, tantas veces, pasamos.
Nos detuvimos a envolvernos de luz.
A bañarnos en el color de las frondas
a recomponer, en movimiento y en gestos,
la constante maravilla de la creación
y aquí queremos permanecer
bajo este cielo,
estos árboles.
Y esta intensidad
que no nos olvidan
y que no olvidamos.
Pero además de conmemorar la tragedia y el aporte artístico de los nueve bailarines que perdieron la vida, la conmemoración homenajea a la danza como un medio de expresión cultural de los pueblos. En este sentido, la directora del Ballet Folklórico Nacional, Silvia Zerbini, nos aporta su perspectiva.
-¿Qué te parece importante de celebrar este Día Nacional de la Danza?
-Lo más importante de conmemorar este Día de la Danza es no olvidar a esos grandísimos embajadores, a esas queridísimas personas que dejaron su vida literalmente por representarnos en la danza. Sea contemporánea, clásica, folklórica, o la que fuere, la danza representa. Cuando uno se para en un lugar para bailar, dice: “Aquí estoy, este soy yo”. Pero también dice: “A qué comunidad pertenezco, de dónde vengo”. Cuando uno danza, se desnuda, cuenta sus intimidades, se deja conocer. Por eso digo que es algo sagrado. Estoy convencida de que uno puede leer a las personas, si esas personas se entregan en la danza. También me parece importante que las instituciones que contienen a los cuerpos de danza deben adaptarse a esas mismas expresiones para proteger, preservar, difundir e incentivar este tipo de arte a la sociedad.
-¿A qué nos referimos cuando hablamos de danza?
-La danza es algo muy sagrado que tiene que ver con recorrer un espacio compartido, en un tiempo también sagrado -porque el tiempo de danzar no siempre es cualquier tiempo- que responde a una necesidad de la memoria corporal y que, generalmente, busca satisfacer un placer muy íntimo, personal y propio que, a su vez, es colectivo.
-¿Qué se puede representar y transmitir de los pueblos y las culturas a través de las artes del movimiento?
-Absolutamente todo: creencias, costumbres, ritos, personajes, momentos de la historia, situaciones. Hoy, el problema que está sufriendo la danza es que se separó de lo cotidiano y la danza en los pueblos siempre a tenido que ver con parte del ritual cotidiano. Los pueblos han danzado para la vida, han danzado frente a la muerte, frente al cambio, la transformación, el crecimiento. Hay tribus que danzan cuando se abandona la niñez. Nosotros, por ejemplo, en casamientos, en cumpleaños, en graduaciones, etc., también bailamos. Es decir, danzar es parte de nosotros mismos. La danza es parte de la necesidad de los pueblos. El problema es que algunas culturas y algunas improntas políticas, religiosas, sociales han puesto el cuerpo en un lugar como si no perteneciera a la persona. Y el cuerpo es el mapa de la historia, de la vida, de todos nosotros.
-¿Qué aportes artísticos y estéticos se pueden lograr desde la danza?
-Los aportes no solo son estéticos, también son artísticos-funcionales. Es decir, creo que la gente que baila, que danza, vive de otra manera. Hay mucho aporte en eso. Por eso siempre a todos los que conozco, lo mando a bailar. Salvando las distancias, por supuesto, de que no muchos podrán ser grandes bailarines; claro, es un oficio, una profesión. Pero la armonización del espacio, la toma de consciencia de tu propio cuerpo te lo da la danza en un sentido orgánico. Danzar es conectarte con la tierra, sentir que te crecen raíces para que te crezcan alas y crecer. Entonces, en algún momento de tu vida, como decía Isadora: “Danza, solo danza”, frente a cualquier embate. Porque el movimiento te da las soluciones; por lo menos te permite llorar. La danza te aporta armonía, te pone en movimiento partes del cuerpo que, normalmente, están quietas, incluso negadas. Creo que desde ahí hay que empezar a comprender a los pueblos y sus mensajes, desde lo que danzan. Después, vendrán las “organizaciones para”. Eso es para el espectáculo, para enseñar. Eso tiene que ver con otra cultura. Las culturas madres, las culturas primeras no bailaban para otros, sino para sí mismos y se construían desde la danza misma.
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